* Por Jordi Campabadal Graus
El pasado mes de junio se estrenó en los cines del Estado español la película “Una segunda madre” de la directora brasileña Anna Muylaert, en la que queda reflejada la lucha de clases en Brasil. Es la historia de una trabajadora del hogar que, por criar al hijo de los “señores”, se pierde la niñez y cuidado de su propia hija, que vive en el otro extremo del país y de la que se hace cargo una amiga.
Esto me permite introducir el tema de las “cadenas globales de cuidados”, que la socióloga Arlie Hochschild define como “una serie de vínculos personales entre personas de todo el mundo, basadas en una labor remunerada o no remunerada de asistencia”. La feminización de las migraciones y factores como el género, la clase social y el lugar de procedencia, han hecho creciente esta situación entre las mujeres migrantes que realizan este tipo de trabajos. Me centraré en las trabajadoras del hogar. La marcha de estas mujeres que se encargan de los cuidados de otro hogar en su país de destino, implica que otras personas asuman los de su propio hogar en el país de origen.
Como Val, la protagonista del film brasileño, las mujeres migrantes que se ocupan de este tipo de trabajos se encuentran con la minusvaloración de éstos, pocos derechos laborales y muchos problemas para reunirse con sus familias.
Siendo los trabajos de cuidados uno de los pilares básicos del desarrollo humano, continúan invisibilizados. La división del trabajo que hace recaer sobre las mujeres la mayor parte de responsabilidad, si no toda, en este ámbito, unido al carácter no productivo de éste tipo de trabajos, los convierte en no valorados en las sociedades patriarcales y capitalistas. Es urgente tomar las medidas necesarias, de carácter económico, social y cultural, que reconozcan el trabajo de cura y el pleno acceso a los derechos como ciudadanas a las mujeres que se responsabilizan de ellos.
Las condiciones laborales de las trabajadoras del hogar son cuanto menos muy precarias. Este, como el anterior, no es un problema exclusivo de este colectivo. Se da la situación que mujeres que están realizando labores propias de una enfermera, reciben el sueldo mínimo, aun cuando no han de asumir con este mismo los gastos de seguridad social que tendrían que correr a cargo del empleador. No es menos habitual que una trabajadora que ha cuidado por varios años a una persona mayor, se vea en la calle al día siguiente de que ésta fallezca, sin tener derecho alguno a la prestación de desempleo. Por lo que de la noche a la mañana se encontrará en una situación de total desprotección, sin entrar en el aspecto emocional.
Las mujeres migrantes, al dejar sus países de origen, muchas veces se ven obligadas a separarse de sus seres más queridos, generando el fenómeno de las mencionadas cadenas globales. Pero la distancia no implica el abandono de los cuidados. Lejos de esto, y sumándose a los recursos que envían a sus familias, estas mujeres inventan nuevas formas de cuidar en la distancia, poniendo mucha fuerza e imaginación para mantener la relación con sus hijos, o con sus padres por poner solo algunos ejemplos. Es el caso de muchas madres que hablan y ven crecer a sus hijos a través de una pantalla de ordenador.
Es por esto que se hace necesario denunciar que muchas veces la reagrupación familiar se convierte en una nueva, y sumada a todas las anteriores, “carrera de obstáculos” para las familias migrantes. Es un caso paradójico el de las hijas e hijos de estas familias. Conseguir reunirse con ellos de forma legal implica cumplir unos requisitos de ingresos y vivienda, establecidos por la administración, que resultan un gran esfuerzo en la precaria situación económica y social actual. Una vez aquí, cada nueva renovación de “papeles” implica el mantenimiento de dicha situación de vivienda e ingresos, pero, si ésta ha cambiado, y las circunstancias familiares del momento no son consideradas suficientes para el mantenimiento de los hijos, la respuesta de la administración es dejar en situación irregular al o a la menor de edad. Como en tantas otras situaciones, la vergonzante ley de extranjería responde sin ninguna lógica a esta situación, porque si se considera que la familia no puede dar los recursos económicos o materiales a los niños y niñas, lógico sería dotarla de alguna ayuda o solución para hacer frente a estos, pero nunca dejarles en situación irregular, que si bien, aparentemente, en el momento no producirá graves consecuencias en la vida diaria de estos, en un futuro cercano sí podría ser así, derivando en situaciones absurdas e injustas.
Las mujeres migrantes trabajadoras del hogar sufren una triple discriminación por ser mujeres, de clase trabajadora y migrantes. Detrás de lo expuesto en esta entrada hay historias y vidas de personas reales que luchan por tener un futuro mejor. Historias humanas, que no siempre tienen un final tan simpático como el de Val y su hija, a las que también les es más fácil reencontrase por estar las dos en un mismo país.
Es urgente y necesario el reconocimiento en todos los niveles del trabajo de cuidados, legislar para unas condiciones laborales dignas para las trabajadoras del hogar y no convertir el reencuentro de las familias migrantes en una “carrera de obstáculos”, otra más de las muchas a las que se enfrentan.
* Jordi Campabadal Graus. Jurista y activista. Col labora con Probens, FICAT y la Fundación Bayt al-Thaqafa. Voluntario en el Centre Obert Joan Salvador Gavina (Barcelona).
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