Por Iñaki Olazabal Otero*
El trabajo no remunerado que realizamos cada día, en especial las mujeres, es una de las bases necesarias para que cualquier sociedad funcione. Hacer la compra, la comida, lavar la ropa, la maternidad y la crianza, el cuidado de nuestros mayores, socializarnos, escuchar a los que tenemos cerca y el compartir nuestro tiempo con otros, son actividades fundamentales que todavía hoy son infravaloradas e invisibilizadas. La interdependencia entre unas personas y otras hace imprescindibles los cuidados para que todas las personas puedan ejercer sus derechos de una forma plena. Sin embargo, estas actividades pueden suponer, para las personas que las realizan, una dificultad para ejercer sus derechos. Sucede así con el derecho humano a la participación política.
El derecho de la ciudadanía a participar en los asuntos públicos ha sido establecido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y jurídicamente garantizado y protegido por el artículo 25 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Sin embargo, las enormes dificultades y deficiencias que encontramos en su ejercicio, suponen una barrera para la defensa colectiva del resto de derechos humanos. Los nuevos movimientos ciudadanos surgidos en los últimos años han puesto el foco de atención en las deficiencias legales y estructurales que encuentra la ciudadanía para poder decidir sobre los asuntos públicos que afectan a los derechos básicos, poniendo en evidencia la ineficacia de los canales existentes para tal efecto.
El debilitamiento del tejido social y una red relacional cada vez más atomizada e individualista, dificultan el establecimiento de nuevas estructuras y formas de participación ciudadana. No podemos perder de vista el trabajo de cuidados ante esta reflexión. Las fórmulas tradicionales de participación política de la sociedad civil se han mostrado ineficaces para fomentar la implicación de una población que cada día trabaja más horas. La dicotomía a la que han tendido los modelos de acción política nos ha llevado ante dos sujetos bien diferenciados de participación activa: los profesionales de la política, ampliamente criticados por haberse alejado de la ciudadanía, y la militancia de base que dedica buena parte de su tiempo a la acción política. Si no tenemos en cuenta el trabajo de cuidados y la imposibilidad de la mayor parte de la población para encajar en cualquiera de estos dos modelos, seguiremos retrocediendo en el ejercicio del derecho a la participación.
La participación política tendría que formar parte de nuestras vidas atendiendo y encajando cómodamente con los quehaceres cotidianos, el ocio y los cuidados, en lugar de aspirar a que desplace a otras actividades tan necesarias para mantener y reparar la vida. Al mantener la vieja idea de crear una sociedad de militantes políticos dedicados plenamente a la acción política diaria, nos podríamos estar acercando a lo que Joan C. Tronto denominó la “irresponsabilidad de los privilegiados”, es decir, ignorar ciertas adversidades de la población con las que los privilegiados de la acción política (militantes y profesionales de la política) no tendrían que enfrentarse, a pesar de que sin estas actividades realizadas por otras personas, su intensa acción no podría mantenerse. Además, siguen siendo las mujeres las que realizan la mayor parte del trabajo de cuidados por lo que este enfoque limita su acceso a la participación política.
Por tanto, el trabajo de cuidados debe ser tenido en cuenta y visibilizado en este momento fundamental de estructuración de nuevos canales de participación ciudadana y de surgimiento de movimientos sociales que reivindican la participación como eje central de cambio. Aunque la tarea no sea fácil, habrá que huir de antiguas recetas y ampliar las posibilidades y canales de participación. Quizás las nuevas tecnologías jueguen un papel clave a pesar de la brecha digital y de las dificultades que todavía conllevan. De lo que no hay duda es de que habrá que escuchar todas las voces, tener en cuenta todas las motivaciones y emociones que mueven la vida de las personas en toda su diversidad para que la participación política tenga cabida en múltiples espacios y de formas diversas. Sólo así los invisibilizados, niñas, niños, adolescentes, mayores, mujeres y en definitiva, el conjunto de todas las personas de la sociedad que somos dependientes del trabajo de cuidados, podremos ser sujetos políticos activos y ejercer nuestro derecho a participar en los asuntos públicos que nos afectan.
*Ambientólogo y activista por los DDHH