Pedro García Gallego (*)
En la actualidad si echamos un vistazo al tejido asociativo en España, enfocado a la solidaridad en todos sus ámbitos, se podría decir que, a pesar del contexto adverso, goza de una buena salud. Afortunadamente existen muchas organizaciones que están comprometidas en tratar de mejorar las condiciones de vida de las personas más vulnerables. Y eso, a pesar de que se ha producido un fuerte ajuste en los últimos años (e incluso la desaparición de muchas organizaciones) como consecuencia de la eliminación de las ayudas y subvenciones que muchas entidades recibían. En algunos casos (no en todos, por supuesto) a falta de un argumento mejor la “excusa” de la crisis económica ha dejado sin apoyo ni recursos a iniciativas válidas, que fueron sostenidas por organismos privados, ante las carencias de la Administración para atenderlas de forma eficiente.
En 2006 nació la Fundación Infancia Solidaria. Tengo el orgullo de ser uno de sus voluntarios (no somos más de veinticinco en toda España nada más). Hay muchas entidades no lucrativas orientadas a la infancia, pero esta fundación a la que pertenezco no es una más y no tendría mayor importancia de no ser porque sus socios son precisamente los niños y niñas. Ellos son quienes le dan sentido y valor a este proyecto de vida. En Infancia Solidaria los únicos que pueden ser socios son menores de edad, porque el principio básico de esta organización es que los niños y niñas que viven en España deben aprender a ayudar a otros niños (de edades similares a las suyas) que han tenido la “mala fortuna” de haber nacido en un país con una precariedad de recursos enorme. Nunca pretendemos convencer a un menor a que se haga socio de nuestra fundación, y además tampoco es necesario hacerlo, porque lo entienden con más facilidad que los adultos. De modo que, cuando una persona decide ayudarnos personalizamos su ayuda en un niño de su entorno (pueden ser hijos, sobrinos, nietos…) y son estos niños los que reciben nuestras cartas, contando lo que estamos haciendo gracias a su ayuda. Esos niños, o sea nuestros socios, al leer las cartas y ver las fotos que les proporciona Infancia Solidaria reciben un impacto enorme. Observan las caras de otros niños que son como ellos, pero no tuvieron tanta suerte al nacer. La educación en valores que se desencadena a partir de ese instante es maravillosa y ese es precisamente uno de nuestros mejores activos.
Nuestros niños, los que viven en España, gracias a Infancia Solidaria conocen otra realidad. Les sacamos por unos momentos de su mundo materialista y «fácil», para mostrarles otro mucho más complejo pero que también existe. Les hacemos ver otras formas de vida que no podemos, ni queremos ocultar. Ellos sienten en sus corazones la agradable sensación de ayudar a los demás, viven la solidaridad. Experimentan (muchas veces por primera vez) lo gratificante que es ayudar a las personas. Se educan en la reconfortante práctica de «dar sin pedir nada a cambio». Nosotros, desde Infancia Solidaria, sólo ponemos la semilla y nos sentimos muy dichosos si finalmente da sus frutos. Si conseguimos que nuestros niños de hoy, se conviertan en unos adultos nobles de buen corazón y se comprometan en tratar de mejorar este mundo injusto (que hemos construido) nuestro esfuerzo habrá merecido la pena.
Nuestra labor no termina aquí. El objetivo final, y prioritario, es ayudar a los niños que más lo necesitan, devolviéndoles su salud y su futuro. Uno de los principales programas de Infancia Solidaria es el que lleva por nombre «Sana-Sana». Gracias a este programa podemos decir con orgullo que 174 niños, nada más y nada menos, han recuperado su salud desde el año 2006 hasta 2014 según consta en nuestra memoria. Muchas organizaciones o particulares, de cualquier parte del mundo, nos buscan por Internet y nos solicitan ayuda para curar a un niño cuya situación es de emergencia sanitaria. A partir de ahí, iniciamos un proceso burocrático y administrativo que (si todo va bien) finaliza con la llegada a nuestro país del niño y un acompañante, que casi siempre es su madre. Infancia Solidaria sufraga todos los gastos de estos viajes. Tenemos acuerdos con algunos hospitales españoles (hemos firmado conciertos de colaboración) para la intervención de los pequeños que hay que curar. Conviene destacar especialmente que el personal facultativo colabora con Infancia Solidaria de forma altruista. Esta maravillosa cadena solidaria, aumenta de valor más, si cabe, con la imprescindible implicación de una familia de acogida española. Desde la llegada a España, durante su operación, en el periodo de convalecencia y en su recuperación posterior, esta familia acoge desinteresadamente al niño y a su madre. Éstos se convierten, por un periodo de tiempo indefinido, en unos miembros más de esa familia. El choque cultural, a veces es tan grande, que durante los primeros días no es fácil de asimilar. Afortunadamente la consecución del objetivo final es tan importante que hace posible superar cualquier barrera. Una vez que el niño recibe el alta médica, Infancia Solidaria se encarga de gestionar todo el traslado que implica el regreso a su país junto con su madre. Sin embargo, el vínculo no se rompe. Nos emociona mucho poder comprobar la evolución de estos niños y niñas en los años posteriores y observar cómo va recuperando la salud. No exagero, ni tampoco me equivoco, cuando digo que Infancia Solidaria les cambia la vida a estos niños (a los del Norte y a los del Sur). Somos una fundación muy modesta en estructura y recursos económicos, pero gigante en entusiasmo, valores y solidaridad. ¿Existe algo mejor por lo que merezca la pena luchar, que devolverle la salud a un niño? Desde el respeto al resto de ONG’s comprometidas en otras causas muy nobles, en Infancia Solidaria estamos convencidos de que no existe nada más reconfortante y válido que mejorar la calidad de vida de los niños. Ellas y ellos son el presente, de ellos será el futuro y por ellos seguimos comprometidos en tratar de ofrecer respuestas de su derecho a la salud.
(*) Pedro García Gallego. Es voluntario de Infancia solidaria y escritor de cuentos infantiles; entre sus títulos figuran «El Tulipán blanco», «La sonrisa» y «El señor bajito que decidió ser grande», todos ellos editados por Éride Ediciones en mayo 2009.