Por Luis Alfonso Iglesias Huelga (*)

Almeida Garret preguntaba a los economistas políticos, a los moralistas, si habían calculado el número de individuos que era necesario condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmoralización, a la infancia, a la ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico. Creo que podemos ayudar al economista portugués: los hambrientos representan ya cerca de una sexta parte de la humanidad y el mundo alcanza en 2015 una cifra de casi 900 millones de personas que pasan hambre a diario, lo que significa que 1 de cada seis personas están amenazadas por el hambre.

Hace más de medio siglo el antropólogo Claude Lévi-Strauss publicó un ensayo bajo el título de Tristes Trópicos, en el que constataba ese ansia de buscar lejos lo que ya llevamos con nosotros, lo que somos. En realidad la obra viene a ser una meditación sobre el siglo pasado, es decir, sobre la barbarie, resolviendo la disyuntiva entre civilización o barbarie con contundencia: “Bárbaro es quien cree en la barbarie”. Pero la antropología también es un estado de ánimo y el siglo inaugurado, inmerso en la decadencia de su arrogancia se parece demasiado al que fue.

Las cifras que sustentan este mundo patas arriba están en la mente de todos. La mitad de los trabajadores ganan menos de 2 dólares diarios, más de 12 millones de personas trabajan en condiciones de esclavitud, 200 millones de niños y niñas menores de 15 años trabajan en lugar de ir a la escuela. Y nuestra visión global tiene que ser capaz de transformar la aritmética en ética porque detrás de cada número hay un género, más femenino que masculino, pero siempre plural. Y global.

Así que este desgajado planeta presenta una comunidad de problemas de diversa intensidad. Y si la tendencia del capitalismo financiero a la acumulación infinita ha sido un fracaso infame, ya se conoce el camino que debe seguir nuestra lucha común: la solidaridad y la vida digna para todos, un desarrollo económico sostenible que permita a cada ser humano llegar a ser lo que su propio adjetivo indica. Y en este contexto tenemos que aprovechar el impacto de la caída para tomar impulso hacia otro modelo productivo que se sitúe en los activos reales de la economía: las infraestructuras, la sanidad, la educación, la formación profesional, la investigación y el avance científico-tecnológico, frente a la fracasada autorregulación del mercado y el desarrollismo hacia ninguna parte.

Pero si la antropología es un estado de ánimo, la lógica del desarrollo social aparece como un gran estadio del desánimo. Conocemos las causas y las consecuencias, sabemos quienes son los culpables y las víctimas, distinguimos los ruidos de las nueces y, a la vez, iniciamos el viaje hacia el mismo lugar de la caída en una especie de eterno retorno sin retorno. Y, sin embargo, da la sensación de que somos los ciudadanos los responsables de los abusos de la especulación financiera, del salvaje incremento del desempleo o de que la banca, que gana mucho, gane menos por primera vez en seis años. Así que absortos en este ambiente de sin remedio aceptamos la trampas de los hechos y de otros tópicos, los de su lenguaje, y al igual que a los ladrones que son de buena familia se les suele denominar cleptómanos, a la injusticia la llamamos situación económica, y a la sustracción manifiesta, comisión bancaria.

Los trópicos de Lévi- Strauss son nuestros tópicos aunque hayan perdido la r de rentabilidad. Y ya sabemos la pereza que nos produce mencionar los tópicos en cifras. Pero ocurre que los tópicos tienen cara y manos y ganas de dejar de ser tópicos, y sufren su situación con la perplejidad que les produce haber perdido un juego al que ni siquiera pudieron jugar y, además, les hicieron trampa. La vida es una lotería, suelen decir los que ganan. La vida es un tango, suelen decir los que sacaron a bailar a la vida y les dijo “no”. Saramago lo expresó de forma lírica: “Mi vida es una vida tranquila, pero tengo un gran problema que se llama mundo” . Mientras nuestro pensamiento no cambie el tópico por el asombro y el sosiego por indignación seguiremos siendo informados de   cifras lejanas, o no tan lejanas, y exclamando al conocerlas: ¡Tristes tópicos!

* Luis Alfonso Iglesias Huelga es profesor de Filosofía y escritor

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